
Hoy en día, el problema del barraquismo sigue creciendo en lugar de haber mejorado a la par que, pese a las evidencias, se sigue enmascarando sistemáticamente.
Los datos indican que las dificultades de las personas con pocos recursos para acceder a una vivienda se acentúan cada día más. Las causas son muy claras, la falta de suelo y de promociones públicas, la inexistencia de una verdadera política social de vivienda, la inflación sin precedentes del sistema inmobiliario, la llegada masiva de inmigrantes acompañada de una ley de inmigración represiva, la inexistencia de políticas de integración, la precariedad laboral o el progresivo aumento de situaciones con riesgo de marginación no necesariamente asociadas a la inmigración.
Las administraciones –estatales, autonómicas y municipales–, perdidas en el firmamento de las estrellas de la arquitectura, aseguran que en la ciudad ya no hay barraquismo, ignorando o queriendo ignorar las nuevas formas de infravivienda que se esconden detrás de las fachadas aparentemente inocentes de nuestras calles. La nueva chabola invisible, parasitaria y oportunista, se ve obligada a esconderse aprovechando los rincones e intersticios que la propia ciudad ya tiene: ocupación silenciosa de edificios vacíos o descalificados, sobreocupación de pisos y pensiones, locales comerciales habilitados como dormitorios, camas calientes, ocupación de cajeros automáticos, pequeñas zonas de almacén sin ventilación, viviendas en los tejados, ancianos confinados en los límites de un apartamento y un largo etcétera de lugares donde maldormir.
Barraca Barcelona busca la implicación del mundo del diseño y la arquitectura ante estas urgencias. Por esta razón, su principal objetivo es incitar el debate público sobre el problema de la infravivienda, desde los planeamientos más oficiales a los más indisciplinadamente creativos. Y, de paso, ajustar las cuentas con la imagen de frivolidad que a menudo se asocia a la profesión de diseñador y arquitecto.
Los datos indican que las dificultades de las personas con pocos recursos para acceder a una vivienda se acentúan cada día más. Las causas son muy claras, la falta de suelo y de promociones públicas, la inexistencia de una verdadera política social de vivienda, la inflación sin precedentes del sistema inmobiliario, la llegada masiva de inmigrantes acompañada de una ley de inmigración represiva, la inexistencia de políticas de integración, la precariedad laboral o el progresivo aumento de situaciones con riesgo de marginación no necesariamente asociadas a la inmigración.
Las administraciones –estatales, autonómicas y municipales–, perdidas en el firmamento de las estrellas de la arquitectura, aseguran que en la ciudad ya no hay barraquismo, ignorando o queriendo ignorar las nuevas formas de infravivienda que se esconden detrás de las fachadas aparentemente inocentes de nuestras calles. La nueva chabola invisible, parasitaria y oportunista, se ve obligada a esconderse aprovechando los rincones e intersticios que la propia ciudad ya tiene: ocupación silenciosa de edificios vacíos o descalificados, sobreocupación de pisos y pensiones, locales comerciales habilitados como dormitorios, camas calientes, ocupación de cajeros automáticos, pequeñas zonas de almacén sin ventilación, viviendas en los tejados, ancianos confinados en los límites de un apartamento y un largo etcétera de lugares donde maldormir.
Barraca Barcelona busca la implicación del mundo del diseño y la arquitectura ante estas urgencias. Por esta razón, su principal objetivo es incitar el debate público sobre el problema de la infravivienda, desde los planeamientos más oficiales a los más indisciplinadamente creativos. Y, de paso, ajustar las cuentas con la imagen de frivolidad que a menudo se asocia a la profesión de diseñador y arquitecto.
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